El otro día conocí a Max, un niño de casi cinco años que es un
torbellino, según sus papás. Lo conocí en la sala de espera del cirujano de
columna con el que fui a revisión. Max no se portaba como sus papás querían,
brincaba mucho y cogía todo lo que encontraba en la pequeña sala. Trató de
poner una revista en su lugar pero se le cayó y su papá lo regañó. Al volver a
intentarlo estaba temeroso, volteó a mirar buscando aprobación; sin darme
cuenta le dije "estoy segura que tú
sabes como va esa revista, ¿verdad que sí?" Max no me contestó nada,
pero la colocó correctamente en el revistero. Luego me sonrió. Pasaron algunos minutos
y el niño se sentó a mi lado. Le conté que tenía un hijo un poco más chico que
él, le enseñé su foto y volvió a sonreírme.
El padre me preguntó si era
psicóloga, le contesté que no. Enseguida la madre apuntó "entonces eres
maestra", volví a negar con la cabeza. Sentí que la señora me seguía
mirando con curiosidad, hasta que volvió a cuestionarme si había estudiado algo
con relación a los niños. Noté que se sintió algo decepcionada cuando le
respondí lo que mi título universitario dice que soy. Pero enseguida le dije
que me gustaban mucho los niños y que yo también era mamá. El papá de Max comentó
que me había preguntado mi profesión porque
no le pareció muy común lo que le dije al pequeño cuando se le cayó la revista.
Sólo pude sonreír (y confieso que al hacerlo me sentí un poco hipócrita).
Interiormente me preguntaba cómo
le va a parecer común que alguien más le hable con empatía y en tono de apoyo a
su hijo si él mismo no lo hacía. Al menos en los pocos minutos que coincidimos,
él no animó a su hijo a seguir intentando; por el contrario, lo reprendió.
Tampoco trató de comprender el fastidio de su hijo tras estar esperando por
tanto tiempo a un doctor que venía retrasado con la consulta. Vamos, si para
los adultos es tedioso esperar, hay que ponernos en los zapatos de los niños. Y
sobre todo, lo único que el niño escuchó en esos minutos fueron etiquetas como “este
niño es un torbellino”, “va a destruir toda la oficina”, "creo que es hiperactivo", “nunca puede estarse
quieto” y otras más.
Como mamá, comprendo que hay
ocasiones en que tenemos que salir a lugares que no son aptos para los
pequeños. También sé que no siempre se cuenta con el apoyo de alguien cercano y
de nuestra entera confianza para cuidar a nuestros tesoros mientras vamos a
esos sitios. Por eso, me gustaría
compartir algunas sugerencias para que esas salidas no se vuelvan un tormento
para los niños (y sus padres):
- En una pequeña lonchera o mochila lleva un par de juguetes pequeños que le gusten. Él mismo puede elegirlos. No vendría mal también llevar un cuentito, o un cuadernillo con un par de crayolas.
- Lleva contigo una botellita de agua, una fruta y alguna golosina; sobre todo si no estás segura que a donde vas puedas encontrar algo saludable para tu pequeño y al precio justo; hay ciertos lugares en los que una simple botella de agua la venden al precio de la mejor botella de vino ;)
- Para los padres que tienen Smartphone y están dispuestos a prestárselo, resulta conveniente tener un par de aplicaciones acordes a la edad de los niños. Preferible que aporten algo educativo.
- Lo más importante, no olvides tu paciencia y el infinito amor que sientes por tu hijo.
¿Te has encontrado en una situación similar a la de los papás de Max?, ¿cómo lo has sobrellevado?, ¿qué otra sugerencia harías?
Esto me pasó a mí cuando fui al médico con mi hijo, estuvo bastante inquieto, sólo se quedó tranquilo cuando el médico me revisaba.
ResponderEliminarLogré aquietarlo cuando lo tomé en brazos y lo senté sobre mis piernas... ay que vergüenza, ya parecía disco rallado, NO hagas eso, siéntate, tranquilito...
Saludos.
A todas nos ha pasado!! Lo importante es hacer conciencia y cambiar nuestra actitud! =)
EliminarBeso